Logré que uno de mis compañeros de hostería -un soldado más valiente
que Plutón- me acompañara. Al primer canto del gallo, emprendimos la marcha;
brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se
para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas
y a canturrear. Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y
dejar la ropa al borde del camino. Del miedo se me abrieron las carnes; me
quedé como muerto. Lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo.
Lobo, rompió a dar aullidos y huyó al bosque. Fui a recoger su ropa y vi que se
había transformado en piedra. Desenvainé la espada y temblando llegué a casa.
Melisa se extrañó de verme llegar a tales horas.
-Si hubieras llegado un poco antes –me dijo- hubieras podido ayudarnos:
Un lobo ha penetrado en el redil y ha matado a las ovejas; fue una verdadera
carnicería; logró escapar, pero uno de los esclavos le atravesó el pescuezo con
la lanza. Al día siguiente volví por el camino de las tumbas. En lugar de la
ropa petrificada había una mancha de sangre. Entré en la hostería; el soldado
estaba tendido en su lecho. Sangraba como un buey: un médico estaba curándole
el cuello.
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